jueves, 24 de enero de 2019

La prueba más importante de mi vida

La prueba más importante de mi vida estaba a punto de comenzar. Había tenido unos nueve meses para entrenarme, para preparar mi cuerpo física y mentalmente. Y sin casi darme cuenta había llegado a la recta final. Los últimos detalles estaban prácticamente controlados, tenía una visión perfecta de cómo sería el gran día. Además, había llegado muy fuerte, ansiosa de que llegara el día y con una energía desbordante, pese al largo período de entrenamiento y a los cambios, más que visibles, en mi cuerpo.

Tenía cada minuto visualizado, sabía qué debía hacer en cada momento. Había practicado mucho. Sabía cómo tenía que ser la respiración en cada fase. Todo ensayado. Conocía también, al dedillo, cómo debía empujar en la recta final, aunque las fuerzas ya escaseasen. Tras leer mucho sobre este tipo de prueba, me había decantado finalmente por los métodos más naturales y respetuosos, pues sabía que eso iba a repercutir en el resultado final y en cómo todo iba a evolucionar después. Tan convencida estaba con la idea de escuchar a mi cuerpo y dejar que la naturaleza actuase por si sola, que me aferraba ciegamente a la idea de no tomar ninguna ayuda que me aliviase el dolor durante el tramo final, pues prefería que la naturaleza hiciese su aparición.

Cada paso, cada respiración, cada empujón, cada palabra y  abrazo de apoyo durante la prueba... todo estaba en mi cabeza. Como si de un examen final se tratase, todo lo tenía estudiado y controlado. Bueno todo, no. Crees que tienes todo controlado, que has practicado, ensayado, visualizado cada paso para sacar un 10. Sin embargo, hay muchos otros factores que influyen en todos y cada uno de los eventos en los que tomamos parte. Así que, esta prueba tan especial no iba a ser menos.

Desafortunadamente la prueba, por motivos externos, se retrasó una semana y cuatro días. Pero eso no era ningún impedimento, seguía pensando y siendo fiel a mi entrenamiento. Sabía que lo conseguiría, que sería un gran triunfo. Pero, llegado el día, hubo más complicaciones, todas ellas ajenas a mí. Pequeños obstáculos, que por mucho que me había preparado, no podía hacer nada por salvarlos. Solamente colaborar en lo que me iban indicando para que lo pudiese conseguir.

Al final, las cosas se torcieron, podríamos asemejarlo a una lesión. En la recta final, ya no iba a poder dar esos empujones, me debía retirar de la prueba, ya no podía hacer más. Mi participación había concluído.
La pena, la rabia, la tristeza... las lágrimas me invadieron. No era justo. Me había preparado durante nueve meses, había seguido todos los consejos, todas las indicaciones. Mi cuerpo estaba fuerte, no había dejado de asistir ni un solo día al entrenamiento. Mi mente era fuerte también. Pero no importaban mis súplicas por seguir intentándolo. En este momento yo, ya no importaba.

Así que, aunque aún cuando lo pienso me duele y me parece injusto, e incluso pienso que a lo mejor, al lado de mi entrenador las cosas hubiesen sido diferentes, en esta gran prueba, la más importante de mi vida, no pude llegar a la meta. Pero no me importa en absoluto, porque la meta llegó a mí. Llegó en forma de ratoncillo de algo más de 3 kilos, muy blanquito y ya muy independiente. Ese ratoncillo que me robó el corazón hace ya unos cuantos meses sin que yo me pudiese dar cuenta y no pudiese hacer nada por evitarlo. Un ratoncillo al que amo con locura y que da luz a nuestras vidas.

Ojalá que mami hubiese podido llegar al final, empujar y hacer que vieras la luz.

No importa cuánto visualices las cosas y cuán grandes sean los deseos porque algo suceda de alguna manera en concreto. Hay veces que, por mucho que queramos, las cosas se escapan de nuetro control.
Sin embargo, doy las gracias infinitamente porque cada una de las conexiones se hayan hecho correctamente, porque estés con nosotros y nos hagas ver la vida de forma diferente. Simplemente, doy gracias porque tú, seas tú.

Suddenly, I’m in love with a stranger!!!